April 2006 - Volume 10, Issue 9
Resurrección
Dura ha sido, Dios mío, la jornada;
terribles los trabajos;
harto lo saben el Cedrón y el Huerto;
la Prisión, el Pretorio y el Calvario.
Harto lo saben las sangrientas rocas
que tu faz destrozaron;
harto lo sabe el cielo que gemía,
al mirarte en la Cruz agonizando.
Mas ¿para qué evocar recuerdos tristes,
si ya todo ha pasado?
No más sangre, mi Bien; no más martirios;
no más llagas, ni golpes, ni sarcasmos.
Todo ha pasado ya; sólo la Gloria
del triunfo te ha quedado
y... ¡qué triunfo tan bello y esplendente!
¡Qué júbilo me infunde el contemplarlo!
Si; yo también sentiré un día
que se seca mi llanto;
que las sombras se rasgan, que una vida
nueva, eterna, feliz me abre sus brazos.
Yo también vestiré de resplandores
dicho hermoso manto,
que me prepara ya tu amor inmenso,
de breves amarguras en pago.
Yo también trocaré mi pena en gozo,
mis gemidos en cánticos...
¡Oh! ¡Qué claro, Señor, veo todo eso
cuando te miro a ti resucitado!
¡Ay! Si no fuera así; si esa esperanza
no sostuviera el ánimo,
¿quién tendría valor; Dios de mí vida,
para llevar su cruz hasta el Calvario?
– Trinidad Aldrich
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